Esta es la historia de un elefante que vivía en el zoológico de Omaha, Nebraska, en los Estados Unidos de América. No sabemos su nombre, pero le llamaremos Elefante, con E mayúscula, para distinguirle de todos los demás elefantes con un nombre propio.
Un día, los cuidadores de Elefante se dieron cuenta de que su comportamiento no era normal. Elefante se mostraba inquieto, agitado, como si una especie de trastorno mental le estuviera perturbando. Por más que le examinaban, no daban con la causa de su extremada ansiedad. Observaban impotentes cómo Elefante se golpeaba contra las paredes, enloquecido. Incapaces de otra solución, optaron por sacrificar al animal para ahorrarle más sufrimientos.
Como de costumbre, el zoológico buscó el modo de que los restos de Elefante pudieran servir para algo más que abonar la tierra, y se decidió, tras consulta, donarlos a Mammoth Site, la excavación arqueológica situada en Hot Springs, South Dakota, donde se encuentran restos de mamuts. Allí, los huesos de Elefante podrían usarse para establecer las necesarias comparaciones entre los elefantes actuales y sus parientes ancestrales, los mamuts.
En el momento de la muerte de Elefante, las temperaturas eran bajas, pero unos días más tarde se elevaron, por lo que hubo que acelerar el traslado para evitar los efectos de la descomposición. Así pues, en Mammoth Site se decidió enviar a uno de sus arqueólogos en prácticas, con una furgoneta, a recoger a Elefante. Este, por supuesto, no podía ser trasladado entero, por su enorme tamaño, de modo que se dividió su cuerpo en varias partes y estas se introdujeron en grandes bolsas negras de basura.
Nuestro buen estudiante, cuyo nombre no recordamos, conducía ya las casi quinientas millas de vuelta a Hot Springs con su extraña carga, cuando un coche de la policía de carreteras le indicó que parase en la cuneta. Al parecer, la patrulla sospechaba que en aquella furgoneta se estuvieran trasladando inmigrantes ilegales. A la pregunta del agente, el conductor solo pudo responder, con cierto recelo, que lo que en aquellas bolsas llevaba era... un elefante.
El policía, suponemos, debió de pensar que aquella era la manera más estúpida de intentar ocultar lo que a todas luces parecía una actividad delictiva. Sin embargo, no hizo falta más que abrir la primera bolsa para que la verdad resplandeciese con toda su crudeza. Efectivamente, lo que allí había era un elefante. No había motivo de alarma, aunque sí de extrañeza y sorpresa, pero estas no eran razones para no permitir la continuación del viaje.
El final de esta historia está cerca, y no es todo lo feliz que quisiéramos. Elefante llegó a su destino, sí, y sus huesos, muy blancos, muy limpios, muy apreciados, ocupan los estantes del laboratorio de Mammoth Site con fines científicos. Pero fue triste descubrir la causa de su raro y enloquecido comportamiento en el zoológico: una paja se le había clavado en una encía y le había provocado una dolorosísima infección que nadie pudo detectar. La boca de un elefante no debe de ser un lugar fácil de visitar.
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